flujos migratorios

Los flujos migratorios hacia Europa a mediados del siglo XX

Ab initio, en la Europa de los años sesenta, la inmigración estaba estrechamente relacionada con el mercado laboral, -principalmente en el centro y norte de Europa- se requería de mano de obra extracomunitaria, mucha de esa mano de obra procedía de los países del sur de Europa, entre ellos España.

Sin ánimo de ser exhaustivo, pues no es el fin de este artículo, los flujos migratorios en Europa en los años sesenta tuvieron lugar en un contexto de crecimiento económico que necesitaba alimentarse de un considerable número de personas -mayoritariamente sin cualificación- que aportaron su granito de arena al desarrollo de algunos países europeos. Es decir, los flujos de personas, principalmente hacia el centro y norte de Europa, anhelaban un puesto de trabajo que les estaba vedado en sus países de origen.

En este momento, desde mi punto de vista, una parte de las personas que llegan al Viejo Continente, no vienen buscando un puesto de trabajo, llegan con la perspectiva e ilusión de ser acogidos, porque son conocedores que la crisis también está golpeando los mercados laborales en la Unión Europea. Entonces, ¿de qué se trata? ¿son refugiados o migrantes?

Es importante diferenciar entre refugiados y migrantes

Los refugiados huyen de conflictos armados o de persecuciones mientras que los migrantes son personas que voluntariamente eligen trasladarse para mejorar sus condiciones de vida, es más, continuan manteniendo su pasaporte y la protección de su gobierno.

Creo oportuno recordar que de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua refugiado es la «Persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país», y migrar es «Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente».

Por tanto, confundir refugiados y migrantes puede tener serias consecuencias en la vida y la seguridad de los refugiados. Mezclar los dos términos desvía la atención de protecciones legales específicas que requieren los refugiados. Puede perjudicar el apoyo público hacia los refugiados y la institución del asilo en un momento en el que más refugiados que nunca necesitan dicha protección. Necesitamos tratar a todos los seres humanos con respeto y dignidad. Necesitamos asegurarnos de que los derechos humanos de los migrantes sean respetados. Al mismo tiempo, también necesitamos proveer una respuesta legal adecuada para los refugiados, debido a su problemática particular.

Efectivamente, en nuestro país, concretamente en la Islas Canarias, pero sin olvidar las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla y el sur peninsular, no se puede hacer frente al fenómeno migratorio desde la óptica exclusivamente nacional, es más, se trata de un tema que los Estados miembros de la Unión Europea -y los que no lo son-, debemos afrontar de una forma conjunta.

Ahora bien, ¿son refugiados las personas que llegan a Canarias, Ceuta y Melilla y el sur peninsular? Desde mi punto de vista no lo son, al menos no todos, y por tanto no pueden ser tratados como tales. Creo oportuno recordar que de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua refugiado es la «Persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país».

En el contexto de lo manifestado en el párrafo precedente, he de recordar lo que afirmé en un primer momento, es decir, los flujos migratorios en Europa en la segunda mitad del Siglo XX tuvieron lugar en un contexto de crecimiento económico que necesitaba alimentarse de un considerable número de personas -mayoritariamente sin cualificación-. Es decir, los flujos de personas, anhelaban un puesto de trabajo que les estaba vedado en sus países de origen.

¿Y qué se puede hacer? Vaya por adelantado que no es fácil; tomando como punto de partida que la idea de intentar reducir el peso de la migración es ver sus causas, hemos de poner el foco en:

  • La falta de una democracia real en muchos países.
  • La necesidad de reformas profundas.
  • Dejar de depender de subvenciones.
  • Las políticas que atrapan a las personas en la pobreza.
  • La ausencia de políticas educativas que acaben con el analfabetismo.
  • La falta de infraestructuras sanitarias.
  • La corrupción extendida.
  • El vacío de seguridad jurídica.
  • La falta de oportunidades en general.

Al hilo de lo manifestado, el problema es que, en la actualidad, nuestras sociedades también anhelan anhelan oportunidades y puestos de trabajo para sus integrantes, y no solo no son capaces de generarlos sino que hay un déficit de los mismos.